UniónRelato
1. Presente del pasado“Pensaba que todo era como yo siempre lo había visto, pero, no fue así;
pensaba que era invencible; pero, no fue así; pensaba que estaba sola, pero, no fue así.” Llegados a este punto, no puedo evitar pensar ¿Cómo he llegado aquí? ¿Qué me ha hecho estar donde estoy ahora? ¿Por qué? Diría que todo empezó el día de mi decimosexto cumpleaños. Volvía del instituto como siempre, solo que aquel día había sido diferente, todos me habían estado felicitando y habían hecho que aquel día fuese inolvidable con su cariño incondicional y su cálido apoyo… O eso me habría gustado decir, sin embargo, no fue así. Nadie se había acordado de que era mi cumpleaños, únicamente Strahl, mi amigo de la infancia. No es que me importase demasiado, pero, en un día así, una se da cuenta de quienes de verdad te conocen y quienes simplemente no saben, ni quieren saber nada de ti. No me disgustaba, yo tampoco quería saber nada de ellos. Cuando llegué a casa forcé mi mejor sonrisa que expresase que el instituto me había ido fenomenal y abrí la puerta esperando encontrar el camino a mi cuarto lo más vacío posible, sin embargo, mi padre estaba tras ella, de pie, esperándome con una amplia sonrisa rodeada por su barba descuidada que múltiples veces le había repetido que se afeitase para no pincharme cuando me besaba la mejilla. No me hacía caso por supuesto. Cuando lo vi, allí plantado con una boba sonrisa, sentí el impulso de sonreír de la misma forma, aunque ni tan siquiera me lo había planteado. Era un hombre alto, se podría decir que era guapo, al menos sé que mi madre estaba loquita por él; tenía el cabello lacio y rubio y los ojos verdes como las hojas de primavera. No, no me he sacado la metáfora de la manga, así recuerdo que los describía mi madre. Yo había heredado esos ojazos, pero no su cabello. El mío era algo más castaño, como el de mi madre. - ¿Qué? -pregunté viendo que pasaban los segundos y no decía nada. - Feliz cumpleaños, Viveka -escuchar mi nombre en sus labios me hizo soltar una tontorrona risa que no sé por qué apareció. - Gracias, papá -respondí quitándole importancia, más por vergüenza que porque me importase poco. - Te he dejado algo en tu cuarto, pero antes de que lo veas quiero decirte una cosa acerca de ello. Ven, siéntate -me guió hasta los sillones del salón, frente a la tele apagada, como si no conociese mi propia casa. Nos sentamos en el sillón grande, yo le miré, esperando que hablase, pero él parecía no saber cómo empezar a decirme algo que ahora llego a comprender lo difícil que era para él. Se sentó, se quitó las gafas que enmarcaban sus ojos y las dejó en la mesita frente a nosotros con mucho cuidado. - ¿Es un regalo? -pregunté, un tanto impaciente, rompiendo el silencio-. No tendrías que haberme comprado nada, ya tengo dieciséis años. Soy mayorcita para las Barbies… Aunque si es una Barbie guíñame el ojo y fingiré sorpresa e ilusión cuando la vea, lo juro… ¿Es una Barbie? Dime que es una Barbie -deseaba que fuese una. Suspiró. Continuaba callado, mirando sus manos. Me dirigió la mirada, pero no parecía haber escuchado nada de lo que yo le había dicho. Su amplia sonrisa había desaparecido y me estaba comenzando a preocupar. - ¿Qué pasa? -solté. - A ver, Vivi -mi padre siempre me había acortado el nombre, a mi madre no le gustaba, aunque a mí no me importaba en absoluto, de hecho, si no lo hacía me sentía extraña. Mi amigo Strahl lo escuchó una vez y desde entonces me llama de la misma forma-. Lo que hay en tu cuarto es un regalo, pero, no es mío. Mi regalo, digamos que, ha sido mantener una de las promesas que le hice a tu madre al guardártelo. - ¿A mamá? - Es un regalo de tu madre, Vivi -contestó de inmediato-. Me lo dejó a mí, y me hizo prometer dos cosas. Que lo mantendría intacto hasta el día que cumplieses dieciséis años y que, después de que te lo diese, no preguntaría por él ni iniciaría ninguna conversación que te lleve a decirme nada sobre ello. Para mí sería como si ese regalo no hubiese existido. Supongo que lo entiendes. - Pero… ¿Qué es? - No lo sé, cariño. Es tu regalo. Sólo tuyo. Así lo quería tu madre. Le mantuve la mirada un tiempo esperando que se riese o algo, pero algo me decía que no lo haría y que aquello no era ninguna broma. Miré hacia la puerta de mi cuarto, que podía verla desde donde me encontraba sentada y luego lo miré a él. Cuando fui a levantarme, él me habló y fue como si me hubiese ordenado que me quedase quieta y le escuchase. - Espero que lo entiendas, Viveka. Es lo último que tu madre nos dejó a los dos: a mí dos promesas y a ti un regalo. Cuidemos ambos de lo nuestro ¿De acuerdo? Asentí antes incluso de comprender qué me había dicho. Después de unos segundos esperando que dijese algo más, me levanté del sillón y me dirigí lentamente hacia mi habitación. Había dejado mi mochila tirada en el suelo del salón, algo por lo que mi padre me había regañado muchas veces, sin embargo, esa vez solo hubo silencio. Agarré el pomo de la puerta de mi cuarto, y le quité importancia al asunto soltando una forzada sonrisa. Luego, abrí la puerta. Mi cuarto estaba como yo lo había dejado, igual de desordenado que siempre. Aunque podría mentiros diciendo que tenía mi propio orden, ahora tengo muy claro que aquello estaba motivado por una pereza superior a mí. Sobre la cama había algo diferente. Una caja de cartón que tenía pegada con celo una nota en la cual habían escrito con boli mi nombre. Puesto que no era la letra de mi padre supuse que sería la letra de mi madre. Casi no la recordaba, incluso hoy día, con todo por lo que he pasado, su recuerdo es lejano, como un sueño. Hacía diez años que había muerto. Agarré la caja y la alcé para determinar su peso. Era pesada como un cachorrito de perro. Definitivamente, tenía muy claro que no era una muñeca. Miré tras de mí y me percaté de que había dejado la puerta abierta y la cerré de inmediato empujándola con el pie. Supuse que, si ya le había costado a mi padre mantener en secreto el paquete incluso para él, poner a prueba su curiosidad dejando la puerta abierta me parecía un tanto cruel, aunque fuese por un descuido. Al cerrar la puerta me vi reflejada en el espejo que había tras ella. Tenía el paquete en mis manos y vestía el feo chándal añil y blanco del colegio. Era la prenda que más odiaba de todas las que tenía, en serio, no sé cuántas veces he soñado que le metía fuego y bailaba a su alrededor completamente desnuda a modo de sacrificio. También es que no me gustaba mucho la gimnasia, y eso acrecentaba mi odio hacia ese feo chándal. En mi defensa diré que Strahl le tenía el mismo asco. Aquel día recuerdo que me había recogido el pelo en una coleta sencilla, no me gustaba como me quedaba, pero era cómoda. Meneé la caja mientras la miraba a través del reflejo en el espejo y pude escuchar como algo se movió dentro, pero no parecía haber nada vivo. Lo cual era obvio, pues había estado guardada durante diez años, supuestamente, si alguna vez hubo algo vivo dentro, ya no debería de estarlo. Me decidí a abrirla, aunque tenía algo de miedo por lo que podía encontrarme en su interior, al fin y al cabo, era un regalo del pasado. Retrocedí y me senté en la cama, de cara a la puerta, y puse la caja de cartón sobre mis piernas. Quité la nota que ponía mi nombre y utilicé mi uña para romper el celo que mantenía cerrada la caja. Respiré hondo y la abrí. Dentro había un pequeño cofre rojo con muchos detalles dorados. Me pareció un joyero a simple vista, y cuando lo saqué del interior de la caja de madera confirmé que así era. Parecía un simple joyero. Coloqué la caja de cartón a mi lado y puse el pequeño cofre sobre mis piernas. En la monísima asa vi una llave atada con un cordón, la cogí, tiré de ella y el nudo pareció deshacerse por sí solo, aunque al momento pensé que ya lo había roto. No era muy extraño en mí romper algo que estaba nuevo, así acabó una de mis muñecas bajo la rueda de un autobús cuando cumplí diez años. Miré la llave con detenimiento, parecía muy normal, tanto como el joyero. La introduje en la única cerradura que vi en el pequeño joyero y la giré con decisión, esperando que, obviamente, la llave fuese del cofrecito. Se escuchó un leve “clac” y se abrió. Esperaba encontrar dentro una bailarina dando vueltas y vueltas con una chirriante musiquita, sin embargo, dentro solo encontré dos cosas: un trozo de papel cuidadosamente doblado y algo envuelto en un pequeño sobrecito de tela cerrado con un cordón. El interior del joyero era de un terciopelo tan suave que, aunque tenía curiosidad por el papel no pude evitar estar unos segundos acariciándolo como quien explota las burbujitas de plásticos que envuelven las cosas nuevas. En el papel ponía un “Léeme”. Me sonreí, pues no había olvidado que mi padre me contó que mi madre siempre había sido muy fanática de “Alicia en el país de las maravillas”, se podría decir que aquello me confirmó que ese cofre era, definitivamente, un regalo suyo. Cogí el sobre sin perder la sonrisa y dejé el cofrecito junto a la caja de cartón, para evitar que se me cayese mientras leía lo que ponía en aquel trozo de papel. Lo desdoblé con cuidado, evitando hacer lo que solía hacer con las cosas nuevas. Cuando acabé, me encontré en mis manos con una carta; una carta que había sido escrita, con toda seguridad, por mi madre. El corazón me palpitaba con fuerza, lo recuerdo perfectamente. Después de diez años fallecida, leer algo suyo, sentir sus palabras, era lo último que podía esperar. “Querida Viveka; Hija mía, puede que este regalo sea lo que menos esperas en este día, y aún menos viniendo de mí. Cariño, si tu padre ha cumplido su promesa, que, confiando como confío en él, estoy segura de que lo habrá hecho, tendrás ahora dieciséis años. Que grande estás… Ojalá pudiese ver cómo te has puesto de guapa y como de grande y fuerte te has hecho. Ojalá pudiese, sin embargo, no puedo. Cuando leas esto hará tiempo que me habré ido y no se me ocurría mejor forma de explicarte lo que quiero decirte que a través de una carta, aunque, me temo que estarás confusa, pero, si así fuese, agarra la piedra que hay en el sobrecito que te he dejado y apriétala con decisión. Aunque no entiendas nada al principio encontrarás alguien que te lo explique todo mejor de lo que puedo hacerlo yo. Desearía que esto no fuese así, pero, supongo que no importa lo que yo desee o no. Tú eres mi hija, mi niña, mi pequeña. Tendrás que luchar por tu futuro, abrirte paso a través de la oscuridad de las personas y brindar esperanza a los corazones carentes de ella. Eres muy importante para mí como para pedirte esto, pero, precisamente porque eres importante para mí te lo pido. Eres mi hija, pero ambas, tú y yo, somos hijas de algo aún mayor” Sé fuerte, Viveka. Te quiere, tu madre”. Me entristece pensar en esas palabras, pero las recuerdo todas y cada una de ellas, pues me releí la carta como tres veces más después de esa vez. Cuando pensé que ya había sido suficiente para asimilarlo, volví a doblar la carta y la puse junto al joyero. Me dolía el pecho y aunque me había resultado difícil leer aquella carta, me extrañó entender menos de lo que pensaba que entendería. Cogí el sobrecito del interior de la caja y le deshice el nudo con mucho cuidado. Dentro había un hermoso rubí, brillante como nada que hubiese visto hasta ese momento. Recuerdo que me quedé prendada por su belleza como si tuviese ante mis ojos al chico más guapo de todo el instituto, aunque hasta la fecha ninguno se había ganado ese título, por más que pareciesen querer fardar de serlo. - ¿Una joya? -me pregunté bastante decepcionada, a pesar de lo bonita que era- ¿Todo esto por una joya? Tiene que valer un pastón, sino… Lo agarré con la punta de mis dedos, lo sopesé en mi mano y noté que estaba calentito. Recordando las palabras de mi madre, casi por instinto lo apreté con mi mano y, entonces, pasó algo que seguramente no os creeréis. 2. El Otro LadoDespués de una breve sacudida, seguía en mi habitación, pero, por alguna razón, sabía que no estaba exactamente en mi habitación. Todo a mi alrededor se había distorsionado y se había cubierto por una invisible capa que disolvía los colores en un sinfín de tonos grises, violetas y celestes. Miré a mi alrededor, asustada, y comprobé que, por más que parpadease y me restregase los ojos, aquella visión tenebrosa de mi cuarto no se disipaba. Aterrorizada, me levanté de la cama, y sentí que mi cuerpo era muy pesado, me costaba dar un solo paso más después de ponerme en pie, por lo que, tras unos segundos, me dejé caer de nuevo sobre la cama. Las manos me temblaban y el corazón me iba a mil por hora. Quería gritar, pero tenía tanto miedo que sabía que mi voz no saldría.
En mi mano brillaba el rubí. Su intenso brillo me distrajo por un momento del terror que sentía por lo que tenía a mi alrededor, pero lo que sucedió a continuación hizo que, definitivamente, perdiese la cabeza en aquel momento. El rubí brilló con fuerza, con cada vez más intensidad, hasta que, en un parpadeo, lo que había sido una piedra preciosa se transformó en una pesada espada de doble filo de casi un metro y medio de largo. Antes siquiera de notar su peso la lancé lejos de mí con toda la fuerza que experimenté en aquel momento de terror. El arma no cayó al suelo. Al soltarla se mantuvo suspendida en el aire, flotando, con la hoja apuntado al suelo y girando lentamente sobre sí misma - Estoy drogada. Me he drogado -reconocí, aun sabiendo que no lo había hecho, pero en ese momento dudaba tanto que aquello fue lo único que noté que explicaba lo que pasaba-. Joder, me he drogado, y mucho. Esto… esto no puede ser real. Seguro que estoy tirada en la calle con una raya de alguna mierda de esas o con un porro en la mano… -no podía quitarle ojo a la espada-. ¡Joder! ¡Joder! ¡PAPÁ! A lo peor ni siquiera estoy en mi casa. Todo esto es una flipada que me estoy montando en mi cabeza… Como en Sucker Punch o así… - ¿Cómo dices? -dijo una voz que pareció provenir del interior de la espada flotante- ¿Flipada? No conozco el significado de esa palabra… Hablas muy extraño, Adalia. - ¿Qué? -entonces me percaté del nombre que había dicho la espada, y pensé que, ya que no podía despertar de aquel delirio, le seguiría el juego el tiempo en el que durase todo aquello- ¿Adalia? Yo no soy Adalia… - Es cierto, no lo eres -contestó unos segundos más tarde. Su voz era femenina y apacible, aunque estaba distorsionada por un eco que parecía rebotar en las paredes de acero de aquella espada-. Tus ojos son distintos. Me quedé callada y eché un último vistazo a mi alrededor. El velo que distorsionaba todo aquello parecía que lo formase un fuerte vendaval que provenía de algún lugar en el suelo, pero no había viento alguno, ni nada que lo pudiese producir. Era todo demasiado extraño, y estaba muy asustada. - Adalia es mi madre -contesté al rato-, bueno… Era mi madre. - ¿Era? -preguntó. Parecía muy curiosa. - Murió hace mucho. La espada se quedó en silencio, como era común en un arma, sin embargo, allí seguía, flotando frente a mí, recordándome que aquello no era lógico. Era una espada preciosa, digna de algún rey de esos que había estudiado en historia. Podía verme reflejada en la reluciente hoja, y la empuñadura estaba acabada con el rubí que yo había sujetado en mi mano. - Lo lamento -contestó de pronto. Me asustó-. Adalia fue una guerrera excepcional. Supongo que eso explica su ausencia durante tanto tiempo. - ¿Una guerrera? -pregunté al momento-. Creo que lo estoy flipando demasiado… Estaré en coma o algo. Papá tiene que estar muy preocupado… - ¿En coma? No, no… Estás despierta. - Si estoy despierta dime por qué estoy hablando con una espada. - Porque no soy sólo una espada -concluyó el arma. Traté de levantarme, y esta vez lo conseguí, rodeé a la espada parlanchina lentamente sin tenerla demasiado en cuenta y abrí la puerta que daría al pasillo del salón. - ¡Papá! -grité nada más abrir la puerta, sin embargo, aquel alarido se me trabó en la garganta, en cuanto vi como aquel fenómeno que distorsionaba mi cuarto también afectaba mi salón y todo aquello que constituía mi casa. Salí corriendo y descubrí que todo estaba sumido en aquel velo gris y violeta, azotado por un vendaval ascendente proveniente de ninguna parte. Mi padre no estaba allí, lo cual me asustó aún más. El corazón me latía con fuerza, oía como la espada me hablaba en la lejanía, pero no la escuché, ni siquiera recuerdo qué me decía. Me sentía ahogada, y solo quería escapar de aquello. Corrí hacia la puerta de salida, tiré de ella y atravesé a ciegas el umbral de entrada. Lo que me encontré allí fuera hubiese enloquecido a cualquier mente poco preparada, sin embargo, me había convencido tan firmemente que aquello estaba siendo imaginación mía que no me afectó tanto como quizás debería haber hecho. Fuera era de noche. Una noche púrpura, cubierta por una niebla gris que envolvía el horizonte como si me hallase en un tornado eterno, y gobernada por una luna con forma de reloj con números romanos. Su segundero se movía con brío, era un tanto hipnótico. Desde el balcón del tercer piso del edificio de apartamentos donde me encontraba pude ver como las casas que tenía cerca estaban distorsionadas por el mismo velo gris y violeta, y sumido en el mismo vendaval que salía de algún lugar del suelo pero que no podía sentir. - ¿Dónde estoy? -pregunté al aire con mis ojos clavados en el inmenso reloj que hacía de luna en el cielo. No esperaba una respuesta. - En El Otro Lado -dijo la inconfundible voz de la espada tras de mí. Miré hacia ella y continuaba flotando, solo que se deslizaba por el aire de forma completamente autónoma. Cuando se me acercó tanto que noté que invadía mi zona de confort, me eché a un lado mientras continuaba aferrada a la baranda que me salvaba de caer varios metros-. El mundo de los espíritus. El limbo. Las personas le habéis dado muchos nombres. - Joder ¿Estoy muerta? -aquella pregunta me resultó más fácil de pronunciar que de asimilar. - No -contestó de inmediato-. Estás aquí porque me has convocado a través del rubí. - No recuerdo haber hecho nada de eso… -le dije. - Apretaste el rubí con tu mano, eso fue más que suficiente. Cuando una guerrera convoca a su arma, es enviada inmediatamente a este mundo. No lo comprendía, pero asentí para no parecer estúpida. Luego me sentí estúpida al saber que estaba intentando de aparentar frente a una espada que hablaba. - Adalia se adecuó rápido a su deber como guerrera. Sin ella durante tanto tiempo puede que todo se haya desequilibrado un poco, por lo tanto, te toca a ti tomar su lugar cuanto antes. - Lo siento, pero no sé de qué me estás hablando… -reconocí mirando a la niebla que giraba en la lejanía-. Si no estoy muerta me gustaría volver a mi mundo, si es que aún puedo. - No puedes escapar de tu deber… Eres la siguiente que tomará mi poder, así se pactó. - No sé de ningún deber de no sé qué poder, mi único deber desde que nací ha sido aprobar, y diría que no lo hago demasiado bien como para encima tener que añadir otro deber más al carrito -espeté-. Te has equivocado de persona. La espada dejó de girar sobre sí misma, pero siguió flotando. Me quedé mirándola durante unos segundos, esperando que continuase insistiendo en aquello que yo no entendía, o no quería entender. Cuando abrí los ojos, en lo que pareció un parpadeo, seguía en la entrada de mi casa, pero todo parecía haber vuelto a la normalidad. La espada había desaparecido, el sol brillaba en el cielo salpicado de nubes esponjosas y podía sentir el tacto de la brisa de mayo. - Oh, has sido tú -escuché una voz tras de mí. Al principio pensé que podía ser la espada parlanchina, pero al instante me di cuenta de que aquella voz era la inconfundible voz de mi padre-. He escuchado que la puerta se abría, pero no te había escuchado pasar por el salón. Pensaba que había sido el viento. Hubo un breve silencio entre los dos. - ¿Todo bien? -preguntó. Papá, sé que ansiabas saber qué era lo que mi madre me había regalado, pero, hoy día comprendo que, si te lo hubiese dicho en ese momento, todo hubiese sido distinto. Lo que más pena me da es que, si mi madre te ocultó todo aquello, quizás nunca supiste qué la mató realmente. Viviste una mentira que ella tejió para protegerte y eso demuestra, sin duda, cuanto te amaba. - Sí -contesté finalmente. Había estado un tiempo callada sin contestarle, pero no sabía cuánto. En mi puño cerrado noté que aún estaba el rubí que había encontrado en el interior del joyero, le eché un rápido vistazo para asegurarme y lo introduje con disimulo en el bolsillo del feo chándal-. Todo va genial. - De acuerdo -dijo más convencido de lo que quizás estaba, y se introdujo en el apartamento dejando la puerta abierta para mí- ¿Querrás una tarta? -preguntó desde dentro. - Claro, tarta y peli, como cada año ¿No? -respondí ilusionada, olvidando por un instante aquella visión que creía haber tenido hacía poco más de un minuto. - Uf, menos mal, no sabía si querrías. Ya tenía la tarta comprada y todo. Me sonreí. Era muy bobo, pero era mi padre, y lo quería con toda mi alma. Tanto como sé que lo quería mi madre. Lo suficiente como para protegerlo de la misma forma. A la mañana siguiente fui al instituto con normalidad, sin embargo, un extraño impulso me hizo llevarme en el bolsillo de la chaqueta aquella piedra preciosa conmigo junto con la carta, que procuraba tenerla siempre encima para que mi padre no la acabase encontrando sin querer por mi habitación. El joyero lo guardé en el interior del armario, bajo mi ropa interior. Sabía que ahí mi padre no miraría nunca. Cuando ya me hallaba frente a la puerta del instituto, un edificio grande, ancho y de un desgastado color verdoso, escuché como Strahl, mi mejor amigo, me llamaba por detrás. Como escuché que corría hacia mí, no me molesté en girarme para mirarlo y simplemente esperé a que me alcanzase. - ¡Hey, Vivi! -repitió cuando estuvo a mi lado. Lo miré, y me encontré con sus resplandecientes ojos azules y su habitual peinado rubio hacia atrás con toneladas de gomina. Le devolví el saludo de la misma forma, mientras caminaba hacia el interior del instituto junto a él. Llevaba puesta su habitual vestimenta de fanático del rock, unos tirantes negros y unos pantalones anchos, por lo que supuse que no tendría gimnasia- ¿Cómo fue tu cumple? Ya sabes que me hubiese gustado celebrarlo contigo. - Y tú ya sabes que mi padre y yo tenemos una tradición… -le contesté. - Sí, ya lo sé. Tarta y peli ¿Qué visteis? - Esa nueva que sale un topo muy mono que está flipado por el dinero, las joyas y tal. - Oh, sí. Es muy buena, pero el libro es mejor. - Pero si tú no lees… -le espeté dándole un suave empujón-… fantasma. - No lo digas muy alto, o las chicas intelectuales me bajarán del pedestal en el que me tienen -me susurró al oído mientras me acercaba a él rodeándome en cuello con su brazo. - Creo que te caíste tú solito de ese pedestal hace tiempo… - Oh, venga, ¿Eres otra hater? -soltó alejándose de mí con los brazos cruzados. - La número uno -le contesté mientras lo veía alejarse entre la multitud, yo ya había llegado a mi clase y él tenía otra diferente. - ¡De vuestra envidia nace mi fama! -logré escuchar que me decía por entre las voces de los alumnos que se aglomeraban por el pasillo. Qué tiempos aquellos de inocente jugueteo ¿Cómo podía no haber sabido nada de mi mejor amigo? ¿Cómo había estado tan ciega? Después de varias clases que parecieron eternas debido a que mi mente estuvo todo el tiempo recordando lo ocurrido en aquella supuesta visión, llegó la hora del recreo, donde me encontré con Strahl y, en ese instante, estuve dispuesta a contarle todo, pero me sentía tan estúpida solo de pensar en lo que iba a decirle, que, finalmente, le conté solo lo que no implicaba que pensase que había estado drogada hasta las cejas. - ¿Una piedra? -me preguntó tras hablarle del regalo de mi madre. Se la mostré con cautela, esperando que no hubiese ningún imbécil al acecho que pudiese arrebatármela de la mano. Seguía brillando como el primer momento que lo vi. Strahl se quedó muy callado, observando el cristal desde donde estaba. Ni se acercaba, ni lo tocaba. Nada. Solo lo miraba. - ¿Y bien? -pregunté viendo que no reaccionaba. Mi pregunta pareció sobresaltarlo, aunque entiendo por qué. - Oh, sí… es muy bonito. - Sí que lo es, pero ¿No te parece raro? - ¿Qué no le dijese a tu padre nada de que te había regalado una joya y que además no puedes ni decirle que la tienes? Nah, qué tontería. Eso lo hace todo el mundo. - Strahl, ¿puedes poner tu generador de ironías y sarcasmos al mínimo? -le pedí con mi mejor sonrisa, con la que a veces lograba que se comportase de forma más adulta. - Está bien. Aunque hablamos de ello ese día largo y tendido, después de aquello parecía que la piedra fuese el único tema de conversación para Strahl. No importaba de qué hablásemos, él acababa sacando el tema de la piedra, lo cual hizo que me acabase hartando al mismo tiempo que acrecentó mi curiosidad por ella. Recuerdo el preciso instante en el que intuí que aquella visión que había tenido no era producto de mi imaginación. Al menos, esperaba que no lo fuese, pues nunca pensé que podría llegar a desear que lo que me había imaginado fuese realidad, tan solo para no tener que asumir que estaba irremediablemente loca. Mientras mi padre y yo almorzábamos juntos como cada día, en la televisión estaban echando el telediario. Usualmente había llegado a ver noticias que me habían impactado, pero aquella vez no fue la noticia en sí lo que me había impactado, sino lo que yo vi en ella. Un pueblo de Japón había sido arrasado por un enorme tsunami, incluso habían conseguido rescatar un video que avisaron que podía herir la sensibilidad de quien lo veía. Cuando lo mostraron se pudo ver como alguien grababa lo que ocurría desde un edificio alto y hacía zoom hacia el horizonte, que se eclipsaba por una enorme ola que emergía de la costa como un suflé en el horno. Sobre la ola había una persona, surcándola como si nada, sin tabla de surf ni nada, solo con sus pies. - Pero, ¿qué hace? -pregunté a mi padre mientras me metía otro tenedor de macarrones en la boca sin dejar de mirar a la tele. - Imagino que grabar lo ocurrido, esperando que, si muere, pues la gente pueda ver cómo vivió sus últimos momentos -respondió. - No, me refiero a la persona que está sobre la ola -dije señalando la tele con el tenedor. - ¿Sobre la ola? Yo no veo a nadie, cariño -contestó. Lo miré, parecía decir la verdad. Luego miré hacia el televisor, esperando que solo hubiese sido mi imaginación, pero podía ver claramente como había una persona de pie sobre la ola, portando una larga vara en sus manos. - Ya, bueno -logré decir mientras seguía mirando fijamente a la persona. Un instante antes de que la ola rompiese contra las casas el video acabó y se volvió a trasmitir el noticiario, para comentar lo que ellos habían visto. Presté atención, esperando que dijesen algo de lo que yo había visto, pero, por más que hablaban, no decían nada. En ese instante lo supe. Fue entonces, mientras comía pasta con tomate y queso, cuando me di cuenta de que tenía que volver al otro lado. 3. NalsarDespués de comer tenía ya todo más claro. Me encerré en mi cuarto con la excusa de que iba a estudiar y saqué de mi bolsillo el rubí que mi madre me había regalado. En aquel instante dudé, la verdad. Pensé “Haciendo esto solo le estoy dando credibilidad a lo que me pasó”, sin embargo, quizás era eso justamente lo que necesitaba, al menos, era lo que yo quería.
Sopesé el rubí en mi mano. Seguía tan cálido como la primera vez que lo cogí. Miré a través de él como sé que habría hecho de tener unos años menos y lo encerré en mi mano con suavidad. La voz de mi madre a través de la carta resonó en mi cabeza: “Aunque no entiendas nada al principio encontrarás alguien que te lo explique todo mejor de lo que puedo hacerlo yo.” “¿La espada será ese alguien?” me pregunté, mirando mi reflejo en el espejo. Aquel día me había puesto una chaqueta roja, la recuerdo porque era mi favorita, y una falta tableada negra sobre unas medias blancas y unas botas altas y negras. Aunque me sentía guapa así, cualquier cosa era mejor que el chandal. Me armé de valor, llené mis pulmones de aire y apreté la piedra con fuerza, cerrando de igual modo mis ojos. No noté nada extraño, pero al abrir los ojos descubrí que todo había sido cierto. Aquel velo que distorsionaba la realidad con tonos grises, violetas y celestes azotaba todo a mi alrededor con un ilusorio vendaval que no podía sentir. En mi mano volvió a aparecer aquella espada parlanchina, sin embargo, aunque estaba asustada de que todo aquello fuese real, no la lancé como la primera vez. La solté con cuidado, con la corazonada de que flotaría como lo había hecho anteriormente, y así lo hizo. Se elevó hasta la altura de mis ojos y se puso frente a mí, con la hoja apuntando al suelo y girando lentamente sobre sí misma. - Hola de nuevo, Viveka -me dijo con su peculiar voz en eco que procedía de su interior. - Mi madre, Adalia, me dijo que tú me explicarías todo -le solté. Se quedó en silencio unos segundos antes de volver a hablar. - ¿Qué necesitas saber? - Todo -solté al instante. Me senté en la cama, antes incluso de que comenzase a hablar. Una parte de mí sabía que lo que iba a contar era extraordinariamente largo. Me habló primero de quien era ella, y, aunque sea difícil de creer, ya la conocía. Según me contó, ella perteneció al gobierno que controlaba el mundo junto a Dios, que no parecía ser como lo pintaban las escrituras bíblicas. Era la encargada de controlar uno de elementos de la Tierra, sin embargo, un buen día, Dios les engañó para que estos seres se encargasen no solo de controlar los elementos, sino de proteger a la humanidad que cada vez se hacía más y más extensa. Como mortales, bajaron a nuestro mundo, sin embargo, sin recuerdo alguno de quienes eran hasta que pasaron a mejor vida, y con una maldición irónica sobre sus hombros: acabarían muriendo bajo su propio elemento. La espada era… fue… es, quien en su día fue Juana de Arco. Cuando se lo escuché decir me salió la risa nerviosa y no pude evitar partirme delante de ella. No parecía hacerle tanta gracia como a mí, y por eso paré, aunque luego le expliqué el motivo de mi risa para no quedar como una boba. Luego me explicó cuál era mi cometido y por qué existían las guerreras. - Dios está dividido, como todo ser humano, su alma ha sido corrompida por la oscuridad que alberga en él. Nosotras luchamos en este Otro Lado para erradicar esa oscuridad y devolver a Dios su luz. Si el señor de todo sucumbe a la oscuridad, El Otro Lado y el mundo que conoces serán uno solo, y no quedará ni rastro de vida. - Entonces, ¿Hay más como lo que fue mi madre? -pregunté, aunque tenía otras preguntas en mi cabeza. - Cinco en total, y todas y cada una deben designar un sucesor digno antes de morir, si no, habría un desequilibrio -contestó como si ya lo hubiese hecho un millar de veces-. Yo fui la guerrera del fuego. Respiré hondo, tratando de asimilar todo lo que la espada me había contado. Era tanta información, tanta historia re escrita por las palabras de una espada, que no sabía qué pensar. - ¿Dices que Dios existe y es malvado? -pregunté después de estar un tiempo en silencio que ella me respetó. - Hay mal y bondad en él, como en todos los seres -respondió-. Os hizo a su imagen y semejanza, después de todo. - Es todo muy… extraño -dije, un tanto abrumada. - Lo comprendo, sin embargo, lamento decirte que la guerrera del fuego lleva demasiado tiempo ausente… el equilibrio podría haberse visto afectado a causa de ello. Tienes que aprender deprisa. - Lo intento. Intento asimilar todo esto, pero… Oye ¿Cómo debería llamarte? ¿Juana? ¿Joan? ¿De Arco?... No, espera, De Arco me suena muy mal… - Fui Juana de Arco, la primera guerrera del fuego, pero mi nombre de diosa menor con el que me denominó Dios fue Ignis. - “Fuego” en latín. - Así es. Me quedé en silencio de nuevo, recopilando toda la información que podía, esperando no olvidar ningún detalle que pudiese ser importante. - Viveka -me llamó- ¿Tú presencia aquí significa que has aceptado tu cometido? - No lo sé, Ignis -me costó más de lo que creía decir su nombre-. No sé qué tendría que hacer en realidad. Dices que estoy destinada a ser una guerrera, pero no sé pelear ni nada de eso. Me jode, pero parece que mi madre me ha enviado a una muerte segura en el otro barrio, lo cual resulta muy irónico. No sé contra qué tengo que pelear. Contra la oscuridad, sí, pero ¿Qué significa eso exactamente? Solo tengo 16 años… - Juana de Arco era igual de joven que tú cuando murió quemada en la hoguera. - Eso me ayuda mucho, gracias. Mira, mejor vuelvo, mi padre tiene que estar preocupado y aquí pierde una la noción del tiempo. - Descuida, el tiempo aquí no va tan deprisa, sin embargo… Se quedó en silencio, un silencio que no había visto en ella en todo el tiempo que habíamos estado hablando. Me había contado cosas extrañas que ella misma sabía que rivalizarían con mis creencias y, sin embargo, se cayó. - ¿Qué? -pregunté, exigiendo que continuase. - Hay algo que deberías ver, para ello tendremos que dirigirnos a España -contestó, aunque supe que no era eso lo que iba a decirme le seguí la corriente. - Estamos en Alemania, Ignis. No pienso cogerme un vuelo a España, mañana tengo examen. - No hará falta volar -respondió-. Aquí, en El Otro Lado, las fronteras son muchísimo más pequeñas, basta con querer para llegar. Empúñame. Yo te llevaré. La miré con escepticismo, esperando una explicación un tanto más creíble. - ¿Y podré volver? - Por supuesto, cuando veas aquello que quiero que veas, volveremos a Alemania -aseguró. Noté que decía la verdad, a pesar de no conocerla más que por haber estado horas hablando con ella en un universo paralelo al mío. Que extraño era todo. A pesar de que en mí aún existía la duda acosando mis pensamientos, acerqué la mano a la empuñadura de la espada, de Ignis, y, después de soltar todo el aire de mis pulmones, la aferré con fuerza. Sentí una sacudida, mi cuarto desapareció ante mis ojos como si un fuerte viento lo hubiese borrado de una sola ráfaga, y, ante mí, apareció una gran plaza. Estaba en mitad de una plaza cuadrada y enorme con una estatua de un hombre en el centro, todo ello azotado por la misma distorsión grisácea que había visto en mi habitación. En lo alto pude ver de nuevo el gran reloj que hacía de luna en aquella noche púrpura de El Otro Lado, a pesar de que yo sabía que en realidad era de día, al menos en Alemania. Lo primero extraño que noté fue que podía oír voces a mi alrededor, suaves como murmullos, pero sin duda estaban ahí, aunque no lograba entenderlas. Ignis seguía en mi mano, la miré y luego oteé a mi alrededor, tratando de identificar donde estaba. Vi carteles que no había visto nunca y comercios que sabía que no estaban en mi idioma, sin embargo, podía entenderlos sin problema alguno. - ¿Esto es España? -pregunté comprobando que podía leer todo sin problemas- ¿Por qué…? - ¿Por qué puedes leerlo? Sencillo. Una guerrera que ya ha visitado El Otro Lado ve a través de las palabras, no importa de qué lenguaje humano se trate, lo entenderás como si fuese el tuyo propio. - ¿Me estás diciendo que puedo hablar cualquier idioma? - Algo así, más bien puedes entender cualquier idioma, pero no por ello posees el conocimiento para hablarlo. El resto de personas te escucharán hablar en el idioma que mejor entiendan, aunque les hables en el tuyo. - Mierda, pensaba que había aprendido inglés de golpe para el examen de mañana. Escuché que Ignis se reía, lo cual me sorprendió. Miré la espada, tratando de asimilar quién era realmente y por qué la tenía en mis manos, y recordé la razón principal que me había hecho venir de nuevo a aquel lugar. - Ignis, quería contarte algo. Vi a una persona sobre el tsunami que ocurrió en Japón. Mi padre no podía verla, pero yo sí la vi. - Sé quién es. Es una guerrera, como tú, solo que, con más experiencia. Si fue capaz de proyectar su poder desde El Otro Lado tiene que ser muy fuerte. - ¿Eso era una guerrera? Surcaba el tsunami sin problemas. No me vayas a decir que ella lo provocó. Se supone que las guerreras protegen a las personas ¿Cierto? - Eso es cierto, pero… - Mató a mucha gente, no pienso formar parte de algo así. - ¡Viveka! -gritó, y se hizo un potente silencio que solo rompían las suaves voces que podía oír a mi alrededor-. Por eso te he traído hasta aquí. Tus preguntas serán respondidas, pero te aseguro que, lo que hizo esa chica, no fue para lo que las guerreras existimos… De pronto, antes de que pudiese contestarle y reprocharle con toda la ira que sentía, el velo que distorsionaba todo a mi alrededor de disipó, dejando a la vista que estaba rodeada de decenas de personas, algunas más altas que yo. Chismorreaban entre ellas y no se habían percatado de mi presencia. El sol de la tarde acariciaba el cielo con su manto naranja, y el tétrico reloj de El Otro Lado había desaparecido. Había vuelto a mi mundo, aunque sabía que ya no estaba en mi ciudad, ni tan siquiera en mi país. Me encontraba entre la multitud de algún tipo de charla de algo. Estaba confusa a pesar de las indicaciones de Ignis, que había vuelto a convertirse en un rubí al regresar a mi mundo. Traté de situarme y, después de guardar a Ignis en mi bolsillo, me colé por entre las personas hasta que logré llegar a un punto entre la multitud en el que podía ver qué era a lo que todos prestaban tanta atención. Sobre un improvisado escenario de madera, frente al centro de la plaza, había un hombre pálido, alto, con el pelo oscuro a media melena y el rostro afeitado y delgado. Hablaba en voz alta de forma enérgica. Su largo abrigo oscuro se bamboleaba cada vez que caminaba, e incluso podía escuchar el metálico sonido de sus pesadas botas, entre el murmullo de la gente que me rodeaba. - No miréis a otro lado cuando digo estas palabras tan duras -decía con tanto ímpetu que me quedé embelesada por el ritmo al que hablaba-, cuesta asumirlo, lo sé, yo mismo miré con esos ojos con los que vosotros me miráis ahora. El mundo es violento. Los seres humanos nunca estaremos en paz. Todo lo que representamos es conflicto. Poco a poco vemos como nuestros hijos, nuestros hermanos; las nuevas generaciones, son víctimas de la oscuridad de las personas, y algunos acaban incluso prefiriendo quitarse la vida a seguir aquí, junto a sus seres queridos ¿Creéis que eso debería ser así? ¿Creéis que la gente debería de regirse por quien posee más o quien posee menos? No… la gente debería de poder vivir. Vivir sin miedo, sin prejuicios y sin esas mierdas que pudren el mundo y nos vuelven unos contra otros. “Pues tiene razón” pensé. Miré a mi alrededor y observé que la gente asentía o chismorreaba señalando al hombre que hablaba. - Mi consejo es que os alejéis por un momento de todo aquello en lo que creéis y me escuchéis con toda vuestra atención -continuó diciendo con un ímpetu que era incluso contagiosa-. Sueño con un mundo en el que todos podamos confiar en todos, en el que la voluntad de uno y la de muchos sea una delgada línea, donde el ser humano por fin haya comprendido que no merece la pena matarse unos a otros para nada. Nada justifica la violencia, la maldad o la muerte. Hoy os digo, amigos míos, que ese mundo soñado está cada vez más cerca. He descubierto que tengo las herramientas para que ese mundo exista y todos podamos verlo… Al principio sentí que aquel hombre estaba como una chota, pero cuanto más le escuchaba hablar más sentía que tenía mucha razón en sus palabras. Dijese o no la verdad acerca de lo que él decía que podía hacer, no me importaba querer comprobarlo. Continuó hablando unos minutos más hasta acabar dando las gracias a todos los oyentes y despidiéndose con una amplia reverencia. Cuando la gente se comenzó a dispersar, algo me impulsó a atravesar el amasijo de personas que se alejaban de allí y caminar hacia él. Recorté distancias en el instante que bajaba del escenario de madera y se cruzaron nuestras miradas. Me sonrió y me quedé paralizada. Por alguna razón sentí el impulso de correr, de huir de él. Antes de que pudiese darme cuenta, se estaba acercando a mí y yo me había quedado clavada en el sitio. - Hola ¿Deseas algo? -me preguntó, con un tono de voz completamente diferente al que había usado en la charla. - Hola -había olvidado todo cuanto quería decir y balbuceé sin sentido hasta que al final salieron las palabras-… me ha gustado su charla. - Me alegro -contestó sonriendo ampliamente. - Ha sido inspirador -le dije, recordando que Ignis me había dicho que a quien le hablase me entendería- ¿Puedo preguntarle una cosa? - Por supuesto. - ¿Cuáles son las herramientas de las que habló? -pregunté, completamente inocente-. Dijo que podía hacer cambiar al mundo… - A veces las palabras parecen no ser suficientes -contestó interrumpiéndome-. Puede que no me creas, o puede que sí… aunque veo en tu rostro que lo harás, eres de las que creen ¿No es así? Sonreí. Me siento tonta solo de recordar lo estúpida que fui. - Que quede entre tú y yo… -me dijo acercándose a mí. Olía a cerrado y a sudor, quizás por haber estado hablando bajo el sol durante tanto tiempo. En ese instante vi que, tras él, nos miraba una chica asiática de más o menos mi edad. Tenía el pelo corto y moreno, muy bien peinado, con los mechones que le rodeaban la cara mucho más largos que el pelo del cogote. Vestía un pantalón verde oscuro y una camiseta amarilla con motivos florales. Nuestras miradas se cruzaron durante un segundo, suficiente como para sentirme intimidada y desviar mis ojos hacia el adulto de piel pálida con el que me había acercado a hablar-… puedo influir en las personas y en su oscuridad, pero necesito a gente como tú. Que crea y que tenga tanta luz. Podrías venir conmigo al lugar en el que acojo a mis seguidores. - Oh… ¿Me está pidiendo…? - Sólo si quieres, no obligaré a nadie -dijo con total amabilidad. - Lo lamentó, pero, aunque sería un honor acompañarle a crear un mundo mejor… -comencé a decir retrocediendo un paso-, no soy de aquí, y creo que va siendo hora de volver a casa. - ¿Ya? Bueno, no te preocupes… -contestó mirando fugazmente hacia la chica asiática que aún nos miraba. No percibí que se conociesen de nada, pero pareció saber que estaba siendo observado. Cuando tenía pensado alejarme lo más que pudiese de ese hombre y su labia e ir a un lugar seguro, me toqué el bolsillo de forma instintiva y me di cuenta de que el rubí estaba muy caliente. Usualmente desprendía un calor apacible, como el que desprende un animalito o la comida recién hecha, pero no me había dado cuenta de lo caliente que estaba hasta ese momento. Pensé que pasaba algo raro y traté de disimular mientras me alejaba del hombre pálido y sacaba el rubí de espaldas a él. Sin siquiera pensar en qué pasaría si alguien me miraba mientras pasaba a El Otro Lado, agarré el rubí aún con lo caliente que estaba y lo apreté con decisión en el interior de mi mano. Aquella vez, el paso al otro lado no me asustó. Fue la primera vez que me pareció normal. En mi mano, donde debería de haber estado el rubí, estaba Ignis, en forma de espada. Su tacto, aunque normalmente era ligeramente más frío que el rubí, estaba aún más caliente de lo que la esperaba. - Ignis, estás ardiendo ¿Tienes fiebre? - Viveka, estaba llamándote. Mira detrás de ti -me advirtió. Al instante, mi cabeza se giró como un resorte y descubrí que, a mi espalda, a poco más de tres metros, estaba el hombre pálido con el que había estado hablando. Me quedé paralizada. Miré a mi alrededor y observé que la plaza distorsionada del otro lado estaba tan vacía como cuando llegué, sin toda esa gente de mi mundo, sin embargo, allí estaba ese hombre, mirándome y sonriéndome de una forma que podría incluso considerarse lasciva. Sobre nosotros brillaba el reloj luna con sus manecillas que parecían oscuras formas tenebrosas. - ¿Que pasa aquí? -pregunté en un susurro esperando que solo me hubiese escuchado la espada. - Ya me lo había dicho Yumi, pero no me esperaba que una guerrera como tú fuese directa hacia a mí, aunque eso facilita las cosas -dijo en voz alta, retumbando en el completo silencio que envolvía El Otro Lado. - No te confíes, Viveka, no debería de estar en el otro lado -susurró Ignis, sin embargo, por como miró aquel hombre la espada, supuse que él también lo habría escuchado. - ¿Qué está pasando, Ignis? -pregunté a la espada poniéndola frente a mi. - Descubrí una irregularidad en El Otro Lado hace dos días. Luego noté la presencia de la guerrera de la que hablaste -contestó-. Sola no puedo desplazarme, necesito a la guerrera para empuñarme. Por eso te he traído aquí. Quería ver de qué irregularidad se trataba. - ¿Me has utilizado? -le solté, bastante enfadada. - Ahora que me tienes delante comprenderás que no tienes nada que temer ¿No? -interrumpió el hombre mirando a la espada-. Me llamo Nalsar, un elegido del Dios verdadero para convencer al mundo de que haga cesar la violencia presente en las personas. Es otra manera más de erradicar la oscuridad, vosotras, las guerreras, la combatís desde El Otro Lado, yo desde mi mundo. Juntos podremos hacer grandes cosas. - Por eso la guerrera del agua te acompaña ¿No es así? -preguntó Ignis. De detrás de Nalsar apareció la chica asiática que había visto mirándola fijamente. En su mano portaba un largo bastón plateado acabado en una gema azul, un zafiro, que brillaba con intensidad, sin embargo, vestía diferente, con un amplio traje celeste y turquesa con hombreras que no parecía de esta época, sobre el pantalón verde oscuro y la camisa amarilla a la que solo le podía ver las mangas. Su mirada se clavó en mí y yo la evalué todo lo deprisa que pude antes de desviar la mirada hacia Nalsar. Me sentía aislada. Notaba que todo aquello me sobrepasaba, que era superior a todo cuanto sentía que yo podría aspirar. - Yumi solo cumple su papel en el gran plan de Dios -dijo señalando a la chica asiática a sus espaldas-. Tú también tienes un lugar en todo esto. Te llamas Viveka ¿No? Puedo protegerte. Veo que desconoces mucho acerca de El Otro Lado, yo te guiaré y juntos llevaremos la paz a las personas. - No entiendo nada -reconocí-. Ignis, será mejor que me digas qué está ocurriendo aquí. - Nalsar podría tener razón -contestó-. Aunque no han aparecido muchos elegidos por Dios a lo largo de la historia, sí que es cierto que puede ser uno. Si le ha dado algún tipo de poder eso explicaría por qué puede existir en El Otro Lado. - Dime, Viveka ¿Te unirás a mí? -preguntó Nalsar alzando la mano hacia a mí. Me quedé en silencio, calculando mi próximo movimiento. Todo aquello me superaba, eso lo tenía claro, así pues, decidí, en cuanto escuché la pregunta de Nalsar, que lo haría todo a mi manera. Ignis podía hablar cuanto quisiese y Nalsar podría ser todo lo “Elocuente elegido De Dios” que pretendiese ser. Cómo él mismo había dicho, no tenía ni idea de cómo funcionaba El Otro Lado, pero sí sabía cómo funcionaba yo. -¡Eh, tú! -llamé señalando con la espada a la chica asiática e ignorando la pregunta del tipo pálido. Ella miró en derredor sin moverse del sitio, luego a Nalsar, que pareció devolverle la mirada y luego a mí-. Sí, te hablo a ti. Yumi ¿Verdad? Ella asintió con seriedad. - Te voy a hacer una pregunta y quiero que me contestes con sinceridad -dije. - ¿Qué haces, Viveka? -me susurró Ignis, pero la ignoré por completo. - ¿Causaste tú el Tsunami de Japón? -pregunté. Yumi miró hacia Nalsar y este le devolvió la mirada. -Así es -contestó. La respuesta me golpeó el pecho con tanta fuerza que tuve que coger aire profundamente para recomponerme. - ¿Y tú te haces llamar guerrera? ¿Esto es lo que debemos ser en realidad? -comencé a preguntar mirando a Nalsar e Ignis, como si fuesen la misma persona- ¿Sabéis qué? ¡Iros a la mierda! Vosotros y vuestra mierda de Dios. Sois la hostia, en pocos días me habéis tocado más la moral que mi profesor de gimnasia en tres años… Ha muerto mucha gente, joder. - Ciegos todos ellos -espetó Nalsar con semblante orgulloso. En ese instante, todo cuanto pensaba de él se derrumbó como una torre de naipes frente a un ventilador. - ¿Qué has dicho? -pregunté, incrédula, aunque lo había escuchado perfectamente. - No atendieron a razones -contestó-. Creían ser perfectos como eran, pero yo veo a través de las personas y vi su oscuridad. Vi que no tenían salvación. Su sola presencia ensombrecía El Otro Lado, y por ello le pedí a Yumi que erradicase el problema de raíz. Sé que le pedí mucho, pero estaba seguro de que podría lograrlo, a veces hay que hacer sacrificios por el bien de Dios. - ¿De qué mierdas hablas? -pregunté. Entonces desvió la mirada, cómo si un ruido lo hubiese distraído. - Ahí vienen. Al instante, del cielo cayó una nube negra que se arremolinó en torno a mí, rugiendo como un animal hambriento y dejando una estela humeante a su paso. Un segundo después, esa nube se dividió en una multitud más pequeña, se detuvieron y fueron tomando una extraña forma a pocos metros de mi, rodeándome. Fueron tomando él aspecto de personas; esqueletos recubiertos por una especie de piel oscura y densa, aunque traslúcida, pues en su pecho podía ver una especie de bolsa con multitud de luces en su interior. Sus manos acabadas en garras se aferraron al suelo mientras abrían sus mandíbulas hasta casi desencajarlas para proferir chirriantes gritos y alaridos que parecía venir del mismísimo infierno. En mitad del terror traté de contar cuántos eran mientras permanecían quietos, pero estaba tan asustada que dejé de contarlos después del décimo. Estaba aterrorizada. Las piernas me temblaban y apretaba con tanta fuerza a Ignis que una parte de mi supuso que le estaría haciendo daño. Lo que más miedo me daba de aquellas siniestras criaturas no era que hubiesen aparecido de la nada, o que todas ellas mirasen hacia mí como esperando a algo, sino las cuencas vacías de sus ojos, eran de una oscuridad tan profunda que penetraba en mi ser si la miraba durante demasiado tiempo. Yumi retrocedió un paso y se puso en guardia. Parecía tan aterrorizada como yo. - Tranquila, Yumi, sabes que mi control sobre la voluntad les impide tocarte -dijo Nalsar-. No te tocarán mientras estés conmigo. - ¿Qué es esto? -dije con la voz completamente entrecortada por el miedo- ¿Qué son? - Eso, Viveka, son Oscuradores, es la oscuridad de las personas materializada en este mundo -contestó Ignis con tranquilidad, quizás para que me relajase, aunque no lo conseguía-. Es aquello contra lo que luchan las guerreras. Se alimentan de los espíritus de las personas que perecen y los guardan en su interior, alejándolos de la vida eterna junto a Dios, y, con ello, alejan a Dios de su luz. - ¿Tengo que luchar contra ellos? -pregunté haciendo lo posible por empuñar el arma frente a mí como me habían enseñado en gimnasia, durante una corta clase de kendo- Sácame de aquí, no estoy preparada. - No puedo transportarte a otro lugar mientras haya Oscuradores cerca, anulan los puentes de El Otro Lado para que las guerreras no puedan huir. Debes derrotarlos, Viveka, solo así liberarás el espíritu que devoraron y que guardan en su interior -contestó-. Sólo así ayudarás a la causa y al mundo. Solo así podrás escapar. - Pero… no puedo -repliqué. - Adalia pudo, y todas las anteriores guerreras pudieron, Viveka -espetó Ignis-. Tú no eres menos. Huir no es una opción. Dejar las cosas como están sería como matar tú misma a todas las personas las cuales sus almas han sido devoradas por estos Oscuradores. Si tienes los medios para mejorar las cosas ¿Por qué no hacerlo? ¡Sé fuerte y enfréntate a tu destino! Me estampé, metafóricamente, contra la realidad que había estado buscando desde que aquella espada y aquel otro lado aparecieron por primera vez frente a mí. Los Oscuradores, aunque tenebrosos, eran la pieza que faltaba para que, finalmente, comprendiese lo que estaba pasando y por qué estaba yo allí, sin embargo, comprenderlo no me hizo sentirme capaz, de hecho, me sentí superada, abrumada, y muy, muy débil. Retrocedí instintivamente viendo como aquellas criaturas continuaban a mi alrededor, mirándome sin ojos, expectantes. Cuando miré tras de mí me percaté de que efectivamente estaba completamente rodeada por aquellas criaturas esqueléticas. - Empúñame, Viveka, acabaremos con ellos –“Puedo hacerlo” pensé, armándome de un poco de valor. Afiancé a Ignis entre mis manos y la empuñé con firmeza, esperando a que las criaturas reaccionasen, y enfrentarme a mi destino. Aunque una parte de mí sabía que iba a morir allí, la acallaba con pensamientos positivos y una repentina confianza en mi espada. - ¿Te enfrentarás a ellos? -tronó la voz de Nalsar en el silencioso mar de gruñidos de los Oscuradores que me rodeaban-. Tengo el poder de controlar su voluntad, Viveka, si aún no has muerto, es gracias a mi poder en este mundo. Únete a mí y te protegeré de ellos, podrás derrotarlos sin esfuerzo. - Cierra la boca -le grité-. Eres un pesado. Antes muerta que ser cómplice de la masacre que ocasionaste en Japón. No sería menos que estás cosas si me uniese a alguien como tú. - Una pena -contestó cruzándose de brazos-. Eres demasiado novata para haber designado un sucesor así que… me temo que el linaje de las guerreras del fuego acabará con tu muerte. - Pero, Nalsar… -trató de interrumpir Yumi. - Ella ha elegido estar ciega a la única salida para la redención de este mundo, querida Yumi -espetó al momento-. Si no está con nosotros, es una enemiga del elegido de Dios. Es un sacrificio necesario, su presencia solo frenaría nuestro propósito. Entonces, antes de que pudiese siquiera contestarle o insultarle, las criaturas se lanzaron en tropel sobre mí, algunas saltando y otras corriendo a pie o a cuatro patas. Me quedé paralizada, y aunque tenía claro un objetivo con la espada, era consciente de que también había Oscuradores detrás de mí y a los lados. Me quedé bloqueada. Podía escuchar la voz de Ignis, gritándome, pero el terror se había apoderado de mí y lo último en lo que fijé mi mirada fue en el despojo humano, Nalsar, a quien podía ver por entre el amasijo de esqueletos oscuros que se abalanzaban sobre mí. 4. UniónPensaba que el mundo no podía ser diferente.
Pensaba que era invencible. Pensaba que estaba sola. Rodeada por las sombras, de pronto, todo se impregnó de luz. Una caótica lluvia de resplandores dorados y brillantes me rodeó, atravesando a los Oscuradores como si nada. No fui capaz de moverme, mientras, ante mis ojos, aquellas relampagueantes luces que provenían del cielo barrían todo rastro de aquellas criaturas con aspecto esquelético. Cuando perecían, no quedaba nada de ellas, se deshacían como si de humo se tratase, dejando a su ida unas volutas azules que ascendían hasta lo más alto y luego desaparecían. A pesar de todo, aquel espectáculo de luces en un lugar tan apagado como El Otro Lado fue una de las cosas más hermosas que había visto, teniendo en cuenta que, además, me había salvado la vida. Cuando comenzó la ráfaga de rayos pensé que también acabaría cayendo sobre mí, pero tenía la corazonada de que no sería así. Cuando todos los Oscuradores desaparecieron, frente a mi cayó una persona desde lo alto, apoyada sobre una rodilla, y que comenzó a levantarse lentamente, de espaldas a mí, como intermediando entre Nalsar y Yumi y yo. Era un chico, delgado y rubio con el pelo hacia atrás, vestido con estilo rockero y portando un largo arco dorado entre sus manos que sostenía como si lo hubiese usado toda su vida. Parecía ser mi salvador. - Menuda torpe estás hecha para considerarte mi hater número uno -espetó el chico del arco. Lo reconocí al instante, aunque me parecía tan imposible que tardé unos segundos en reaccionar. - ¿Strahl? ¿Qué…? ¿Cómo…? ¿Y ese salto? - Es un guerrero -añadió Ignis-. Además, ¿no te he dicho que aquí la gravedad es menos incipiente? - No me habías dicho nada de eso -le reproché- ¿Desde cuando mi mejor amigo es un guerrero? - Ya habrá tiempo para hablar, Vivi -me dijo mientras tensaba el arco hacia Nalsar. Cuando la cuerda del arma se halló en su límite, seis varillas de luz relampagueante aparecieron en el arco, brillando y retorciéndose en el lugar-. Lo sé, Fulgur, es él, tendré cuidado. - Habla con su arma -comentó Ignis. - Agradecería que omitieses las cosas obvias y me dijeses por qué Strahl es un guerrero -le espeté sin dejar de mirar a mi mejor amigo- ¿No se suponía que solo las chicas podían ser guerreras? - Nunca dije nada parecido -contestó al momento. - Pero si nos has denominado “guerreras” durante todo el tiempo. - Calumnias, nunca dije que no pudiese haber guerreros. Su actitud me exasperó y me estaba tocando las narices. -¿Has venido a erradicar la oscuridad junto a mí? -preguntó Nalsar a Strahl al tiempo que se acercaba unos pasos. Aquello me sacó al instante de mi riña con Ignis y me hizo darme cuenta de dónde me encontraba en realidad. - He oído tus mentiras y he visto a través de ellas -espetó mi amigo-. Has engañado a gente que puede que ahora confíe ciegamente en ti o ya hayan muerto… incluso has engañado a una de nosotros. No eres ningún elegido de Dios, solo eres un Oscurador que ha absorbido a suficientes personas como para conseguir el poder necesario para proyectarte en el mundo de los vivos. Bajo toda esa carne falsa no eres más que gilipolleces. - ¡Mientes! -rugió Yumi, que se interpuso entre Nalsar y Strahl-. Él es el elegido, puede que haya tomado decisiones duras pero su única intención es librar el mundo de la oscuridad de las personas. Yo creo en él. - No te metas en medio -pidió Strahl-. No quiero herirte. Viendo todo aquello me sentí aún más perdida e insignificante. Apreté a Ignis entre mis manos y temblé de impotencia. - ¿Por qué no tratas de ir a otro lugar? ¿A que no puedes? -interpuso Strahl. - No podemos trasladarnos a través del fino espacio del otro lado mientras haya un Oscurador, si es cierto lo que ha dicho tu amigo, no deberíamos de poder irnos ahora -añadió Ignis. Después de unos segundos la espada volvió a hablar-. Viveka, no podemos salir. Tu amigo está en lo cierto. Yumi parecía frustrada y confusa. - Eso no demuestra nada. Aquí el único Oscurador que hay está ahí delante, Yumi. Trata de confundirte para que acabes con el elegido por él. - Acabaré con él -gritó Yumi. Fue a dar un paso, pero Strahl habló, y ella se detuvo a escucharlo. Quizás aún había esperanza para que recobrase la compostura, pero, ¿De verdad conocía a mi amigo como para fiarme de que no mentía? - Quiere que nos enfrentemos y le hagamos el trabajo sucio -dijo-. Esto ya ha llegado demasiado lejos… - ¿Es que vas a creerle? -preguntó Nalsar frunciendo el ceño-. Él es el enemigo. Yumi dudó, miró hacia Nalsar e inmediatamente después hacia nosotros. Quise hablar, intervenir a favor de mi amigo, pero, ¿Cómo podía saber que no estaba favoreciendo a una de esas criaturas en realidad? - ¿Dice la verdad, Strahl? -pregunté inconscientemente, superada por la situación. - Quién sabe, Vivi -contestó sin mirarme-. Espero que no, si no, he sido un Oscurador muy estúpido. Te he tenido cerca durante años, a la futura guerrera del fuego… aunque también podría haber arrebatado el cuerpo al verdadero Strahl. Sea como sea, confía en tu verdad, Vivi. De pronto, Yumi empezó a girar el bastón en sus manos frente a ella, creando una corriente de agua de la nada, antes de que pudiera prever sus movimientos, un tremendo torrente de agua salió disparado del centro del bastón hacia Strahl y yo, e, instintivamente me tiré a un lado para tratar de evitar que me arrollase. Desde el suelo pude ver cómo Strahl disparaba las flechas de luz que tenía en su arco, todas a la vez, impactando contra el torrente. Si su idea era frenarlo, no pareció conseguirlo, pues inmediatamente después dio un tremendo salto y se elevó varios metros en el cielo. Yumi deshizo el torrente de agua y lo siguió con la mirada. Cuando lo vio llegar a lo más alto de su salto, creó, con ligeros toques de su bastón al aire, hasta tres burbujitas que se quedaron flotando en el sitio en el que fueron creadas. Inmediatamente después, las burbujas comenzaron a disparar, como ametralladoras, diminutos chorros de agua a presión contra Strahl. Este cargó veloz su arco estando en el aire, pero, en lugar de unas varas relampagueantes, desde su arma me pareció ver que se creaba una especie de cúpula dorada que bloqueó todos los proyectiles de agua. Cuando las burbujas dejaron de disparar, quizás por orden de Yumi, Strahl aprovechó el momento y la cúpula, intacta, se convirtió en una enorme lanza que brillaba y se retorcía como un relámpago. Strahl soltó la cuerda de su arco y la lanza voló hasta Yumi a una velocidad asombrosa. La chica asiática desvió con el bastón el proyectil sin aparente dificultad, y volvió a atacar con las burbujas ametralladora. Ella y Strahl intercambiaron disparos mientras yo y Nalsar los observábamos. Se bloqueaban, disparaban, evadían, y volvían a atacar. Derrochaban tanta fuerza y tanta energía que, definitivamente, tenía muy claro que todo aquello no me lo estaba imaginando. Decidí entonces confiar en mi instinto, armarme de valor. Ser de una puta vez lo que tanto me negaba que estaba destinada a ser. Ignis no me había dado tiempo a elegir si quería o no esa vida, pero es que eso ya estaba decidido desde hacía mucho tiempo. Mi madre lo había decidido. No iba a decepcionarla. Agarré la espada, a Ignis, que se mantenía en silencio, y corrí. Corrí hacia mi verdad. Hacia mi distraído objetivo. Espada en mano, cargué hacia Nalsar. La adrenalina inundó mi cuerpo mientras el ruido de la batalla que tenía lugar entre a Yumi y Strahl ponía ritmo y silenciaba mis pasos. Contuve un grito en mi garganta. Al principio, Ignis pesaba. Su acero era cómo llevar un bebé en brazos, sin embargo, conforme caminaba, se fue haciendo más ligera, tanto que, cuando ya estaba a pocos metros del distraído Nalsar, era como sujetar una espada de plástico. Una muy dura. Nunca había sido tan violenta, nunca había agredido a nadie, pero estaba tan enfadada con aquel hombre y lo que había ocurrido en Japón. Aquello no fue un accidente ni un desastre natural, fue una masacre. Si aquello era lo único que podía hacer, joder, pues lo haría. Alcé mi espada cuando ya me encontraba junto a Nalsar y, cerré los ojos, antes de bajar el arma. Supongo que no podía ser tan valiente durante todo el tiempo. Noté que mi espada había chocado contra algo metálico. Confusa, abrí los ojos y me encontré con que Yumi se había puesto entre yo y Nalsar y había frenado a Ignis con el bastón. Antes de que pudiese reaccionar, desvió mi espada y me golpeó en el estómago con el bastón. Cuando aún me estaba encorvando por el dolor noté que me desequilibraba en pie de alguna forma y, mientras caía, me golpeó con fuerza en el centro del pecho y salí volando varios metros desde allí. Caí, rodé por el suelo de El Otro Lado y me quedé boca abajo, retorciéndome por el dolor de estómago y en las costillas mientras asimilaba que seguía con vida. - Debería estar muerta -dije entre quejidos en cuanto me di cuenta de que había llegado hasta la otra punta de la plaza distorsionada-. Me ha mandado al quinto pino, la muy… - Las guerreras poseéis una resistencia diferente a la normal en el otro lado, y ya te comenté que aquí la gravedad es ligeramente distinta -comentó Ignis, que aún seguía misteriosamente en mi mano. A lo lejos podía ver cómo Yumi y Strahl continuaban luchando, mientras Nalsar permanecía tan quieto como la estatua del centro de la plaza. - Ya veo… - Viveka -me llamó, y yo la miré al instante-. Lamento haberte traído hasta aquí. Supongo que no quería que el mundo estuviese más tiempo sin una guerrera del fuego y no tuve en cuenta tus sentimientos al respecto. Fui… - No te preocupes -la interrumpí-. Estoy aquí ¿No? Pues habrá que apechugar… es mi destino al fin y al cabo. Ignis no respondió. - Mi madre confiaba en mí. - Entiendo por qué. Con Ignis en mi mano derecha, afiancé mis pies al suelo como si fuese a hacer una de esas pruebas de atletismo que tanto odiaba y me centré en mi objetivo, que se hallaba distraído con el combate. - Viveka -me llamó Ignis. - ¿Qué? - No quería decírtelo, pero… -pareció pensar o medir sus próximas palabras-… estando tan lejos, sea tu amigo o ese hombre un Oscurador, no nos afecta el bloqueo. Podemos irnos si lo deseas. - Quizás antes te habría dicho que sí, Ignis -contesté al momento sin quitar ojo a como Strahl evadía corriendo los proyectiles acuosos de las burbujas de Yumi-, pero hacerlo sería como haber matado yo misma a toda esa gente. Como tú dijiste. Tengo los medios para combatir lo que está mal. No voy a echarme atrás, aunque no tenga ni idea de cómo voy a conseguirlo. - Entonces, empúñame, Viveka -pidió con entusiasmo-. Sé quién debes ser. Sé una guerrera. Y con todo el ímpetu que pude recoger de mi corazón, y todo el convencimiento que me brindó mi positivismo, me impulsé con fuerza hacia una batalla perdida. Corrí más rápido de lo que pensaba que podría, otro de los beneficios del otro lado, quizás por eso Yumi llegó tan deprisa hasta mí cuando traté de atacar a Nalsar. Mientras me dirigía hacia ellos, la chica asiática, la guerrera del agua, me vio llegar, cruzamos miradas y se encaró hacia mí después de bloquear varios proyectiles eléctricos de Strahl. Empuñé a Ignis y me propuse hacer frente a lo que estuviese dispuesta a echarme. De nuevo, comenzó a girar el bastón frente a ella y preparó el gran torrente que ya había lanzado antes. Antes de que lo conjurara, Strahl cayó desde lo alto tras ella, le pasó el arco por el cuello antes de que pudiese reaccionar y comenzó a ahogarla, desconcentrándola y dejándola completamente indefensa. Corrí hacia ella, con la idea de noquearla, pero al mirar de reojo a Nalsar me di cuenta de que esbozaba una ligera e imperceptible sonrisa. Fue entonces cuando supe que Strahl decía la verdad. En kendo nunca fui de las más aplicadas, aunque reconozco que no es un deporte que me disgustase, sin embargo, no fue el kendo lo que puse en práctica en ese momento. No sabía cómo conjurar el elemento del cual yo era guerrera, pero podía improvisar, y eso se me daba genial. En cuanto estuve tan cerca de Yumi que podría atravesarla con una estocada, retrocedí, fingiendo que cogía impulso, giré de sopetón y solté a Ignis en dirección a Nalsar. Puesto que el arma no me pesaba pude utilizar toda la fuerza posible en ello, y como la gravedad era tan reducida, la espada salió disparada contra el torso del hombre pálido. - ¡Buen lanzamiento, Vivi! -oí que decía Strahl. A pesar de todo, tuvo reflejos suficientes para echarse a un lado y evitar que el arma le acertase en el cuerpo. Su brazo había parado la espada; Ignis lo estaba atravesando. Ya no era un brazo de un ser humano, era grande, robusto como un tronco de un árbol, pero de un color oscuro. - No… -escuché que decía Yumi. - Tomar el cuerpo de este charlatán ha sido divertido -dijo Nalsar, con una voz profunda y ahogada que no había escuchado antes en él-, pero jugar con la mente de tanta gente ha sido aún más divertido… -como si no fuese nada desencajó a Ignis de su brazo y la empuñó, mirándola fijamente con una fea sonrisa en su cara-. ¿Sabes que irregularidad viste? Antes de ayer una veintena de personas se quitó la vida para pasar a El Otro Lado, convencidos de que yo llevaba la palabra verdadera de Dios y que hallarían paz a su lado, lejos de este mundo cruel. Lo que no sabían es que, al llegar aquí les esperaban mis amiguitos. - No eres más que un resquicio de la oscuridad de las personas -dijo Ignis-. Viveka y yo liberaremos todas las almas que has devorado. - Solo he estado alimentando a mi gente… el reloj va en nuestra contra ¡TIC, tac! Hemos estado muy bien sin la guerrera del fuego y de la tierra durante mucho tiempo… ¡no cederemos terreno ahora que tenemos el mundo a nuestro alcance! En el instante en el que gritó, su voz se tornó aún más profunda. Empezó a crecer a una velocidad pasmosa; sus piernas se engordaron y crecieron, la ropa simplemente parecía desaparecer en la nada de El Otro Lado. Creció y creció. Strahl reaccionó, soltó a Yumi y cargó una de sus flechas relámpago. Disparó con precisión a la cabeza, que ya quedaba bastante más alta que antes, pero Nalsar, o quien fuese ahora aquel monstruo, desvió el disparo golpeándolo con la mano. Cuando parecía que ya no crecería más pude darme cuenta de que la espada, que seguía en su mano, era tan grande como su cabeza. Nalsar se había convertido en un imponente esqueleto de varios metros de altura, muy similar a los otros Oscuradores que me habían atacado, pero con una traslúcida y pronunciada capa muscular alrededor de sus huesos. - Joder, es enorme -comenté. - Es lo que dije -añadió Strahl-, un Oscurador que consume tantas almas se acaba convirtiendo en los que ves: un Gran Oscurador. - No sois más que críos -espetó Nalsar-. Tanto tiempo sin guerreras nos ha hecho fuertes. - Pues aquí estamos ahora para bajarte los humos -le grité. Luego miré a Yumi, quién, aunque parecía un tanto dudosa, no tenía pinta de seguir en el bando de aquel monstruo. - No llevas ni dos horas empuñando está espada y ya te lo tienes muy creído -rugió Nalsar esbozando una extraña sonrisa en su boca esquelética. Al menos me pareció que había sonreído. - Es cierto -respondí-. No tengo ni idea de qué me deparará el futuro ahora que conozco todo esto, ahora que se me ha dado esta responsabilidad. No sé qué será de mí… pero no voy a dejar que más gente sea engañada para morir por vosotros. - Muy bonito, pero tengo tu espada -dijo meneando la espada con brío. Antes de que pudiera menearla mucho, un potente chorro de agua le golpeó en la mano con una fuerza desproporcionada. La espada salió disparada por los aires y no quedó ni rastro de la mano del Oscurador gigantesco. - ¡Maldita! -Rugió Nalsar. - ¡Embustero hijo de perra! -Gritó Yumi en respuesta. Corrí en busca de Ignis en el instante que vi como Strahl aprovechaba la situación y comenzaba a atacar a Nalsar con una velocidad que aún me asombraba. Aunque la espada había volado lejos, conseguí cogerla al vuelo con sorprendente facilidad. Cuando tuve a Ignis de nuevo en mis manos me sentí fuerte, poderosa, de nuevo, invencible. Miré a Yumi, que lanzaba poderosos chorros que parecían herir a Nalsar, y a Strahl, que había dejado el brazo del gigantesco Oscurador como un erizo brillante y no cesaba de atacarlo con su reluciente arco mientras evitaba eficientemente los ataques del enemigo. Entonces, miré a Ignis, la empuñé como si ella misma me lo hubiese pedido y di un tremendo salto en dirección a Nalsar. Al principio me sentí extraña, incluso me desequilibré en el aire, pero logré aferrarme a Ignis con todas mis fuerzas mientras mis compañeros luchaban contra el Oscurador. Alcé a Ignis sobre mi cabeza con la punta hacia abajo, decidida a que todo eso acabaría ahí y, cuando estuve a la distancia idónea de Nalsar, en una caída descontrolada, bajé la espada con fuerza, apuntando hacia la profunda y oscura cuenca del ojo, justo en el momento en el que se giró para mirarme. Ese instante, fue su perdición. Así terminó mi primera batalla contra un Gran Oscurador, junto a Yumi y Strahl. Aún me cuesta creerme que todo aquello sucediese de verdad, pero así fue. Después de aquello estuve cuatro días con agujetas, que mi padre encontraba sospechosas porque no creía mi versión de que había estado haciendo ejercicio en el cuarto durante aquella tarde. Mi mejor amigo me acabó contando todo, incluso que supo de mi conexión con El Otro Lado desde hacía mucho y por eso se acercó a mí, esperando poder protegerme, aunque, al final, se hizo mi amigo. Igual que yo, él heredó su poder de su madre, aunque tan solo tenía doce años cuando entró en El Otro Lado por primera vez. Yumi tiene dos años más que yo, y tardó mucho en perdonarse lo que hizo, aún hoy día parece taciturna y poco receptiva de cuando en cuando. Sé que aún se culpa, aunque nosotros no se lo recordemos. No la vemos diariamente porque no es de mi país, pero se agradecen los viajes gratis a través de El Otro Lado, aunque Ignis me regaña de vez en cuando por aprovecharme demasiado de esa comodidad, dado que estar mucho tiempo en El Otro Lado reduce ligeramente nuestra esperanza de vida. Ahora estamos aquí, en Hawaii, pero no hemos venido para tomar el sol y bañarnos en el mar, aunque yo, y todos, hemos traído bañador, por si acaso. Mirando las playas y la vegetación no he podido evitar preguntarme cómo he llegado aquí y, por supuesto, por qué. Hemos venido porque hay una persona que necesita nuestra ayuda, una pequeña guerrera de la tierra que, después de la muerte de su madre, necesita que alguien la guíe a través de este duro destino. Que alguien le haga ver que nada es como cree que es. Que le haga ver que tendrá que luchar, y será difícil. Alguien, como nosotros, que le haga ver que no está sola. ¿FIN? |