Pequeña porcelanaRelato
No estaba viva, pero abrió los ojos y solo halló oscuridad. Miró a su alrededor, despierta una vez más, en otro hogar que la acogía. Logró distinguir sombras de lo que parecían ser muebles en la quietud de la habitación. Sus manos de porcelana tocaron el suelo mientras se levantaba y temió, por un instante, que su fragilidad cediese aquella vez. Cuando se halló en pie comprobó que no hubiese nadie en la habitación, como ya había hecho otras veces. Dio un paso, y luego otro, y su vestido rojo con encajes se meneó graciosamente con cada uno de ellos. Sus pasos eran delicados y torpes, y casi parecía que se fuese a precipitar contra el suelo en cualquier momento.
En cuanto llegó al pasillo que daba a las habitaciones de los humanos posó las manos en la pared y se aguantó para no caerse. La luz de la luna que entraba por la ventana le acarició el rostro de porcelana e iluminó sus facciones inexpresivas y muertas. Era una muñeca, como lo había sido desde que fue creada por un padre que nunca conoció ni tenía esperanzas de conocer. Tenía claro lo que ansiaba, como si fuese el mayor deseo de su inexistente corazón. Llegó hasta la primera habitación, ignoraba quien se hallaba en ella, pero había cometido el error de no cerrar la puerta. La cama se encontraba frente a la puerta y la muñeca, con la mirada perdida, pudo ver a una niña durmiendo delicadamente sobre ella. Era joven, y la claridad de su rostro podía confundirse con la porcelana por la que estaba hecha la muñeca. Avanzó, como había hecho al despertar, con pasos torpes y pequeños saltos arrítmicos. Cuando llegó a las sabanas que caían cerca del suelo, se aferró a ellas con sus congelados dedos sin vida. Escaló por las mantas que cubrían el cuerpo de la niña con tanto afán como lo haría una persona por una rocosa pared empinada. Al llegar arriba, la miró. La niña respiraba pausadamente y su corazón palpitaba de vida. La muñeca acercó su mano a la mejilla de la humana y la presionó con delicadeza. La muñeca se miró la mano y luego miró de nuevo a la niña. Se sentó dejándose caer junto al rostro de la humana, apoyó la espalda en la almohada y, de nuevo, durmió. “Cuando algo nos falta buscamos a alguien que lo posea para mantenernos a su lado, así, mientras lo tengamos cerca, aquello de lo que carecemos no nos faltará jamás.” |