La elfa oscuraLuceros en la Oscuridad: El Príncipe Desterrado
Capítulo 13 (Fragmento) […]
Largein observó en ella un extraño pelo azulado, ondulado y radiante, y las puntas de unas picudas orejas atravesando sus hebras como ya había podido ver en otros elfos. Al momento creyó que se trataba de una elfa del bosque, pero, a pesar de la oscuridad, pudo notar que la piel de la elfa era demasiado morena, casi parecía morada. Cuando la elfa acabó de contar las monedas, se colocó el casco que había dejado junto a ella. Largein aprovechó esa ocasión para acercarse unos pasos más, atraído por la apariencia de aquella misteriosa elfa. Su cabello azul oscuro, brillante a la luz de la luna se aplastó ante el acero del casco y se moldeó con facilidad. Se incorporó en la roca con tranquilidad, descolgó el arco de su espalda y lo cargó con una flecha. Para sorpresa de Largein, apuntó directamente hacia él, que se encontraba a un par de pasos de ella. – ¡Eh! ¡Pare el carro, buena dama! no pretendía hacerle daño alguno –exclamó sorprendido el guerrero con las manos alzadas para que la mujer elfa no cometiese la barbarie de asesinarlo. Aunque trató de ser lo menos zafio que pudo, pensó que quizás la elfa no le estaba entendiendo–. Yo, amigo ¿Entiendes? Yo, de paso. Allí. Voy. Tranquila. Yo, dejarte. La mujer elfa tenso la flecha aún más y clavó su profunda mirada en el humano. – Te entiendo perfectamente, deja de hablar como un estúpido. Ahora vuelve a llamarme “buena dama” si te atreves, humano –rugió la elfa con desprecio. Largein sabía que la armadura le hacía ser un blanco fácil en plena noche– ¡Nombre! –exigió la elfa de pronto, sobresaltando al fornido guerrero. Casi no se le podía ver el rostro a consecuencia del casco en “Y”, pero Largein estaba convencido de que ella estaba más asustada que él. Su mirada se encontró con los grandes ojos de ella, que se lograban vislumbrar en la oscuridad de su piel. – Soy Largein Rud –respondió el guerrero–, pero vos podéis llamarme Largein. – Déjate de estúpidas formalidades, Largein –pronunció el nombre como si fuese un insulto. Fue entonces cuando el humano notó que la elfa arrastraba demasiado las “erres” al hablar– ¿Cómo me has encontrado? Responde rápido o te atravieso el cráneo; vuelve a decir “buena dama” y te atravieso el cráneo; trátame de “vos” de nuevo y… bueno, ya sabes. – Casualidad –respondió al momento el fornido guerrero. Intentó bajar las manos para demostrar que no era una amenaza, pero tuvo que volverlas a subir en cuanto la elfa agitó amenazante el arco, indicándole que no lo hiciese–. Es la verdad. Iba de camino a Lizmógor cuando me he encontrado con vos… digo, contigo. Contigo –estaba a una flecha de caer muerto y le costaba mantener la compostura. La joven elfa destensó un poco el arco y miró tras de sí por encima del hombro, en la dirección que había mencionado el humano, hacia el bosque de Lizmógor. – ¿Por qué ir allí? –dijo volviendo a apuntarle–. Es un camino estúpido ¿Por qué creerte? – Voy en busca de venganza –respondió el guerrero. […] |